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Ensayo

Pessoa revisitado o nuevo descubrimiento del Mediterráneo

La paradoja de los análisis literarios, que cuanto más científicos pretenden ser más se alejan de su objeto de estudio, la literatura

28.05.2013 | 02:24
Alias Pessoajerónimo pizarroPre-Textos. Valencia, 2013
Alias Pessoajerónimo pizarroPre-Textos. Valencia, 2013

Cuando creíamos saberlo todo del creador de los heterónimos, un nuevo estudioso, el peruano Jerónimo Pizarro, doctor en Harvard, ha venido a decirnos que, en realidad, no sabemos nada, «que, pesar de la aparente consagración de Pessoa, de que su obra se haya convertido en lectura obligatoria de las instituciones de enseñanza, de su identificación con Portugal, de su traslado al monasterio de los Jerónimos, en suma, de su omnipresencia en la cultura lusa, el espolio pessoano continúa ampliamente inédito y por explorar».

¿Es eso cierto? Parcialmente, sí; en lo fundamental, no. Jerónimo Pizarro es especialista en la crítica textual, en el análisis de la materialidad de los textos. Para él todo lo que guarda el archivo de Pessoa, se trate de un poema, de una carta comercial, de una lista de libros o de unas palabras sueltas, tiene el mismo valor y debe ser editado con pulcritud paleográfica, indicando incluso el tipo de papel y las posibles manchas de tinta que aparecen en los documentos.

Jerónimo Pizarro quiere aportar rigor científico a un campo, el de la edición pessoana, que durante bastante tiempo habría carecido de él. Pero su cientifismo resulta muy poco científico al no distinguir entre textos literarios y textos que no lo son. Un archivero no hace juicios de valor, y eso es lo que él es: un estudioso del archivo de Pessoa, «un conjunto documental ampliamente inédito».

¿Pero de dónde viene nuestro interés por cualquier rasguño salido de la pluma de Pessoa? Pues de que es el autor de un puñado de obras maestras, firmadas por Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares o él mismo. Esas obras fueron publicadas en una pequeña parte por el propio Pessoa durante su vida (quizá no tan pequeña: son más de cuatrocientas las colaboraciones de Pessoa en libro o en revista) y en su mayor parte después de su muerte. Los primeros editores no consideraron que todos los inéditos de Pessoa tuvieran el mismo interés. En primer lugar, se ocuparon de los textos literarios, no de los que no lo eran, y trataron de distinguir -como haría el propio Pessoa- entre textos acabados y meros borradores o apuntes incompletos.

A esos primeros editores de Ática, a menudo denostados por los que vinieron después, se debe el que Pessoa sea uno de los nombres fundamentales de la literatura universal. Si hubiera contado en los años cuarenta con editores tan «rigurosos» como Jerónimo Pizarro, que lo mismo valoran una lista de la compra que un poema, el comienzo de un verso que el autor no se decidió a continuar que un poema completo, Pessoa sería hoy una curiosidad bibliográfica de la que pocos habrían oído hablar fuera de ciertos departamentos universitarios.

No quiere esto decir que la labor de Jerónimo Pizarro no resulte necesaria y útil. En Alias Pessoa nos ofrece algunas muestras de esa utilidad. Los apuntes manuscritos de Pessoa, dada su enrevesada caligrafía, se prestan a lecturas equívocas, algunas tan inverosímiles como leer «Whitman» por «Nietzsche», y es posible encontrar, en el desordenado archivo, fragmentos que añadir a obras ya publicadas.

Pero a algunos editores actuales, como a Jerónimo Pizarro, les parece poco esa labor de limpieza textual o de retoques menores y quieren hacernos creer que hay un nuevo Pessoa todavía por descubrir y que aún existen obras maestras que esperan en el fondo del arca la voz que les diga -como ocurrió entre 1940 y 1982- levántate y asombra al mundo.

Y no es así, sino todo lo contrario. Hace tiempo que los más o menos sensacionales descubrimientos pessoanos que de vez en cuando anuncian los periódicos tienen sólo un valor anecdótico y no le añaden, sino que le restan, lectores.

Lo que vale la pena en la obra de Pessoa lo firmó con su propio nombre o con los de Caeiro, Reis, Campos y Soares (de todos ellos anticipó textos durante su vida). Los António Mora, Barón de Teive, Alexander Search y así hasta docenas y docenas de presuntos heterónimos no pasan de una curiosidad menor para estudiosos. Los admiradores de Pessoa dispersos por el mundo hacen bien en mantenerse alejados de ellos.

Jerónimo Pizarro no se limita a la crítica textual. De vez en cuando se mete en filosofías y se pregunta si existe Pessoa o, más en general, si existe el autor. Y hace afirmaciones que él mismo califica de «algo categóricas y quizá desconcertantes». Por ejemplo, «el Livro do Desasocego no existe, del mismo modo que el Fausto no existe».

Hay que hacer notar que Pizarro llama Livro do Desasocego al que habitualmente se conoce como Livro do Desassossego, sin duda porque encontró algún manuscrito con esa grafía, prefiriéndola a la que utilizó Pessoa en los fragmentos que publicó en vida.

«¿Por qué afirmo que estos libros no existen?», se pregunta retóricamente. Y su respuesta no descubre el Mediterráneo: porque «de estos libros-proyecto sólo existen fragmentos».

¿Y había alguien que no lo supiera?, cabría preguntarle a él. ¿Y hace falta haber estudiado en Harvard para formular semejante obviedad? Pero esos fragmentos no pertenecen a la misma categoría: los del poema Fausto son borradores de una obra fallida, dejarían de ser fragmentos si Pessoa hubiera terminado el poema en que pretendía emular a Goethe; los del Livro del Desassossego son, por decirlo así, fragmentos «completos», algunos de los cuales fueron publicados en vida del autor. El carácter fragmentario del primer libro se debe a la casualidad; el del segundo, forma parte de su estructura. El primero no pasa de una curiosidad en la producción pessoana; el segundo, a pesar de inacabado, a pesar de requerir la intervención activa del editor, es una de sus obras mayores.

En los estudios literarios se da a menudo una paradoja: cuanto más «científicos» pretenden ser más se alejan de su objeto de estudio, la literatura, y acaban no distinguiendo entre los textos que han hecho grande a un autor, como el poema «Tabacaria» o las odas de Ricardo Reis, y cualquier garabato salido de su pluma. Ése parece ser el caso de Jerónimo Pizarro y es lo que le permite afirmar que Pessoa «continúa ampliamente inédito». Es posible, pero no el Pessoa que importa, no el que asombró al mundo.

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Nota del editor
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